sábado, 30 de octubre de 2010

¿Un accidente?… No lo creo.


¡Ahhhhhh! - gritó Sofía.

La muerte había venido por ella, no quedaba mas tiempo… ni un último respiro. Aquí y ahora, la muerte se hallaba frente a ella… ¿con una amplia sonrisa?

Una túnica negra y una gran sonrisa, formaban a la tenebrosa muerte…
¿Alguien dijo que hay que temerle a la muerte?, pues no. Son solo habladurías. O… ¿era aquel un sueño, del que nuestra protagonista no logra despertar?

Y en aquel momento… ¡Desapareció! Si, se “esfumó”.

Sofía se despertó, y la pobre no logra saber si era un sueño, o si la muerte esta debajo de su cama… El miedo, se apodera de su ser, pensando cual va a ser su ultimo movimiento, su ultimo respiro, si debajo de su cama la mismísima muerte le arrebataría la vida…

Y en ese mismo momento, en el que Sofía respiro, algo se apoderó de su pie…

No, esperen, esperen… la regla de esta página decía: El único requisito que debe cumplirse es que la muerte aparezca en el cuento. Eso si, la muerte no puede ser un asesinato. Accidentes, enfermedades, abducciones extraterrestres, misteriosas desapariciones… cualquier cosa menos un asesinato.

Bueno, en tal caso antes de que la agarren a Sofía y la asesinen, se resbaló contra su cama, y se pegó la cabeza, tenía asma, y se quedó sin aire, un extraterrestre le absorbió el cerebro, y ahora si… desapareció.

martes, 9 de febrero de 2010

Cuento, Tintero y Pluma

En una pequeña ciudad hubo una vez un cuento vacío. Tenía un aspecto excelente, y una decoración impresionante, pero todas sus hojas estaban en blanco. Niños y mayores lo miraban con ilusión, pero al descubrir que no guardaba historia alguna, lo abandonaban en cualquier lugar.

No muy lejos de allí, un precioso tintero seguía lleno de tinta desde que hacía ya años su dueño lo dejara olvidado en una esquina. Tintero y cuento lamentaban su mala suerte, y en eso gastaban sus días.

Quiso el azar que una de las veces que el cuento fue abandonado, acabara junto al tintero. Ambos compartieron sus desgracias durante días y días, y así hubieran seguido años, de no haber caido a su lado una elegante pluma de cisne, que en un descuido se había soltado en pleno vuelo. Aquella era la primera vez que la pluma se sentía sola y abandonada, y lloró profundamente, acompañada por el cuento y el tintero, que se sumaron a sus quejas con la facilidad de quien llevaba años lamentándose día tras día.

Pero al contrario que sus compañeros, la pluma se cansó enseguida de llorar, y quiso cambiar la situación. Al dejar sus quejas y secarse las lágrimas, vio claramente cómo los tres podían hacer juntos mucho más que sufrir juntos, y convenció a sus amigos para escribir una historia. El cuento puso sus mejores hojas, la tinta no se derramó ni un poco, y la pluma puso montones de ingenio y caligrafía para conseguir una preciosa historia de tres amigos que se ayudaban para mejorar sus vidas.

Un joven maestro que pasaba por allí triste y cabizbajo, pensando cómo conseguir la atención de sus alumnos, descubrió el cuento y sus amigos. Al leerlo, quedó encantado con aquella historia, y recogiendo a los tres artistas, siguió su camino a la escuela. Allí contó la historia a sus alumnos, y todos se mostraron atentos y encantados.

Desde entonces, cada noche, pluma, tintero y cuento se unían para escribir una nueva historia para el joven profesor, y se sentían orgullosos y alegres de haber sabido cambiar su suerte gracias a su esfuerzo y colaboración.

Pedro Pablo Sacristan


domingo, 17 de enero de 2010

Aura no puede dormir.

Aquella noche de luna llena Aura no podía dormir.

Se volvió a la derecha… y nada.

Se volvió a la izquierda… y nada.

Se volvió boca abajo… y nada.

Se volvió boca arriba… y nada.

Dio vuelta a su almohada.

Se destapó.

Se volvió a tapar.

Se cubrió los ojos con las manos.

Se abrazó a su osito.

Se cantó una nana.

… Y nada.

Aura recordó que su mamá siempre le decía que contara ovejas y a ello se puso:

-Una oveja… Dos ovejas… Tres ovejas… ¡Eh, eh! - Aura gritaba a la tercera oveja que había decidido dar media vuelta y echar correr - ¡Eh, tú! ¿Dónde crees que vas?

La niña la siguió, la persiguió, corrió, casi galopó tras la oveja fugitiva.

Hasta que Aura se cansó y se sentó al borde de un camino de color rojo.

-Pues así no hay quien se duerma -pensó- tendré que contar otra cosa. Pero ¿qué?

Miró a la derecha, miró a la izquierda y, de pronto, a lo lejos, vio que se acercaba un curioso desfile. Y Aura contó:

- Un koala, dos ornitorrincos, tres wombats, cuatro canguros… ¡Eh, eh! - Aura gritaba a los cuatro canguros que habían decidido dar media vuelta y largarse saltando - ¡Eh, volved! ¡Así no os puedo contar bien!

La niña los siguió, los persiguió, corrió, casi galopó tras los canguros fugitivos.

Hasta que se dio cuenta de que no tenía por qué ir tras ellos y se sentó al borde de un camino de color azul.

-Nada, que esta noche no voy a dormir -pensó- ¿Qué otra cosa podré contar?

Miró a la izquierda, miró a la derecha, miró al frente y vio acercarse un curioso cortejo. Aura contó:

-Un duende, dos gnomos, tres hadas, cuatro brujas, cinco elfos, seis ogros, siete princesas, ocho príncipes, nueve magos, diez elfos… Esto de contar es muy aburrido – dijo Aura con un bostezo.

Siguió contemplando el fantástico desfile hasta que alguien la tomó de la mano y la animó a unirse a ellos.

Y entre risas, saltos y bailes se fue, siguiendo sus pasos, por el camino azul…

…En el dormitorio de Aura, a la luz de la luna, el Hada del Sueño arropó a la niña, acarició sus párpados cerrados, sonrió ante su sonrisa y, silenciosamente, se marchó dejándola a solas con sus ovejas, sus wombats, sus hadas y sus elfos.

Dolores Espinosa

Escritora de cuentos y poesías infantiles de España.

sábado, 9 de enero de 2010

Un día sin televisión.

En una pequeña casita vivían unas niñitas muy buenas y amorosas, pasaban gran parte del día viendo sus programas favoritos en la televisión.

Un día las sorprendió un apagón, ya no había luz en la casa.

- Qué horror, pensaron las niñas, y ahora qué hacemos.

Su madre sacó todos los juguetes del armario, las muñecas de la repisa, y se puso a jugar con ellas.

Jugaban de todo un poco con tal de no aburrirse. Ese día saltaron y bailaron, lo más lindo de ello fue que jugaron con su mamá y rieron hasta el anochecer.

A la hora de dormir, las niñas abrazaron a su mamá con todo su corazón y entendieron que un día sin televisión puede ser un día maravilloso y muy divertido.

Mónica Esparza

Escritora de cuentos infantiles de Perú.