miércoles, 23 de diciembre de 2009

El cheque.


Después de comer en un día entre semana, una madre y su hijo conversan sobre muchas cosas. En esta, ella le dice: “Cuando le dije a tu papá que estaba embarazada de ti, me dio un cheque para que abortara. Todavía tengo el cheque guardado.”

“¡¿Cómo?! ¿Mi padre no quería que naciera? ¿Mi héroe, la persona que más admiro y que me lleva a jugar al parque los domingos?”.

Se cayó el velo. También es humano.

El hijo responde con un lacónico y sentido: “Gracias mamá. Gracias.”

Escrito por Oscar.

lunes, 21 de diciembre de 2009

La Navidad de Papá Noel.


Papá Noel terminó de abotonarse su camiseta más gruesa, se puso su pullóver y su jersey de punto, se enfundó su grueso chaquetón rojo y se enrolló la bufanda.


"Qué noche para salir", pensó, mientras el granizo golpeaba las ventanas y los copos de nieve se escurrían por debajo de la puerta. "Es una noche para sentarse junto al fuego y comer tostadas calientes con mantequilla".

Se puso sus calcetines de lana más gruesos, sacudió el lodo de sus botas y hurgó por aquí y por allá hasta encontrar unos guantes. Una vez vestido, se miró al espejo y exclamó:

-No es raro que todos crean que soy gordo, con toda la ropa que llevo encima.

Afuera, Rodolfo, el reno, esperaba impaciente la orden de ponerse en camino. Hacía tanto frío, que los patines del trineo se congelaban por momentos. Papá Noel comprobó que llevaba todos sus regalos y arrancó a galope por el aire a través de una cortina de nieve.

-Jo, jo, jo, jo- soltó una carcajada aunque no del todo exultante. -El caso es que no puedo alegrarme con la navidad este año, Rodolfo. ¿Por qué hay que celebrarla siempre a mitad del invierno, con un tiempo tan horrible?

Rodolfo removió las campanillas del trineo que tiritaban del frío y dijo: -Estoy de acuerdo, este no es tiempo para andar viajando. ¡Un reno se puede romper una pata!

Se detuvieron sobre un tejado resbaladizo por el hielo. Rodolfo miró de reojo a Papá Noel con toda su ropa.

-Oye, ¿no podrías prescindir de las chimeneas este año?- Papá Noel se encogió de hombros. -¿Y de qué otra manera voy a entrar en las casas? No querrás que llame a la puerta.

Metió primero un pié, luego el otro, se tapó la nariz y se lanzó hacia la obscuridad. Pero llevaba demasiada ropa, resultaba demasiado grueso con tanta lana para poder deslizarse hasta la parrilla de la chimenea y entrar en la primera casa. Atascado a mitad del camino, se retorcía, gruñía y soltaba todo el aire intentando hacerse más delgado. Todavía ardía algún leño debajo de él y el humo le hacía toser. Las suelas de sus botas se calentaban por momentos.

Sólo cuando Rodolfo le tiró la bolsa de regalos encima, Papá Noel logró salir de la chimenea, disparado como el corcho de una botella. Quedó tirado en la alfombra del salón, rodeado de paquetes y dulces. Murmuraba:

-Nunca más. ¡Nunca más! El año que viene la navidad tendrá que ser antes.

Incluso después de haber llenado los calcetines de los niños y de haber vuelto a trepar al tejado, seguía protestando.

-¡Nunca más! El año que viene vendré antes.

-¿Mucho antes?- le preguntó Rodolfo, desapareciendo bajo una nube de nieve.

-En julio- contestó Papá Noel, que se sintió mejor sólo de pensar en ello-. ¡Jo, jo, jo!

Julio llegó muy pronto. Papá Noel estaba tan ocupado en su intento por conseguir tener todos los regalos a tiempo que ni siquiera pudo ir de vacaciones.

-Bueno..., dicen que un cambio es tan bueno como un descanso- le comentó a Rodolfo-. Realmente, este verano me hacen mucha ilusión las Navidades. Saca el carro de seis ruedas, no necesitamos ir de casa en casa con el viejo trineo.

Papá Noel se afeitó, pues solo se dejaba crecer la barba en invierno por causa del frío, y se vistío con sus tejanos favoritos, una camiseta y las sandalias. Se miró en el espejo. "¡Me siento en plena forma!" pensó, y se lanzó a la calle.

Debido a la ola de calor, en ese mes de julio, los tejados estaban todos secos y era fácil trepar a ellos. El carro de seis ruedas era liviano, y cuando aterrizaron en el primer tejado, Rodolfo se sentía aún descansado. La chimenea estrecha no era un problema esta vez. Papá Noel bajo por su interior tan fácilmente como una carta cae en un buzón.

Una vez dentro de la casa se paró en la alfombra de la sala a limpiarse el hollín de la nariz. Tras mirar a su alrededor pronto se dio cuenta de que algo no andaba bien. No había ningún vasito de jerez, ni siquiera un trozo de pastel esperándole. Tampoco había el árbol de navidad, ni guirnaldas, ni los regalos que compran las mamás y los papás. La casa tenía un aspecto solitario y vacío. Poco a poco comprendió lo que pasaba. ¡La familia se había ido de vacaciones!

¡Qué faena! Se habían ido de vacaciones y no pensaron en él. Pero lo peor de todo es que no había zapatos dónde dejar los paquetes, o sea, que tuvo que arreglárselas para volver a subir la chimenea con todos los regalos a cuestas.

-No me esperaban- dijo, tratando de salir de la chimenea sudoroso y molesto-¡Se fueron de vacaciones! ¿puedes creerlo?- comentó a Rodolfo. Éste no le prestaba atención, estaba ocupado sacudiéndose el enjambre de moscas y mosquitos que le acosaban. -¡Estas moscas no las hay en invierno!- refunfuñó sacudiendo su cola de reno.

Lo mismo sucedió en todas las casas. O la familia se había ido de vacaciones o lo que es peor, los niños estaban despiertos por culpa del calor. Más de una vez tuvo que volverse sigilosamente chimenea arriba por miedo a ser visto. Una familia incluso llamó a la policía porque escucharon ruidos extraños en su chimenea. -¡Un Ladrón!- dijeron por teléfono -.!Y creemos que hay otro en el tejado¡

-¡Nunca más!- dijo Papá Noel saltando en el carro de seis ruedas y galopando sin parar hasta el amanecer. Los regalos que no habían podido ser repartidos se caían del carro por las sacudidas.

-Confundirnos con ladrones... Lo que faltaba. ¡Nunca más!

Para repartir debidamente todos los regalos tuvo que salir como de costumbre en la noche buena. Se abotonó su camiseta más gruesa, su jersey, su chaqueta de punto y su chaquetón rojo, se envolvió en su bufanda y se calzó los guantes. Rodolfo sacó el pesado trineo y galoparon a través de la nieve sin mediar palabra.

Papá Noel no tenía ninguna gana de gritar ni jo, jo, jo no ja, ja, ja. Se había olvidado su segundo par de calcetines y comenzaron a castañetearle los dientes. Cuando llegaron al tejado de la chimenea estrecha, Papá Noel se ajustó bien el cinturón, se puso la bolsa sobre el hombro y se sentó en la punta de la chimenea. -No sé para que me molesto- murmuraba mientras forcejeaba por entrar.

Abajo, en la sala, diez guirnaldas cruzaban el techo de punta a punta. En un cubo rojo había un pino alto de ramas estiradas que sujetaban un centenar de luces de colores y tiras y tiras de papel de plata. Una luz blanca entró por la ventana reflejada en la nieve e iluminó la estancia llena de felicitaciones navideñas.

"Para Papá Noel" decía una nota en la mesa junto a un vasito de jerez y un trozo de pastel. Papá Noel bebió y comió, se sentía muy emocionado. En habitaciones cercanas los niños dormían bien abrigados. A los pies de cada cama había un zapato con una tarjeta especialmente dirigida a él. -Oh, ¡qué hermosa es la navidad!- suspiró, y un nudo en la garganta le impidió soltar su jo, jo, jo.

Volvió a subir al tejado. Esta vez le resulto maś fácil trepar y sus crecidos bigotes de invierno evitaban que el hollín se le metiera en la nariz. -Lo siento, Rodolfo- le dijo al salir de la chimenea -. En el futuro, pienso hacer los regalos en noche buena.

Rodolfo no parecía escucharle, contemplaba las estrellas más allá de los tejados cubiertos de nieve. Una luna de oropel se columpió al sonido de las campanas de la iglesia.

-Jo, jo, jo- dijo el reno para si-. ¡Qué hermosa es la navidad!

sábado, 19 de diciembre de 2009

Un Cuento Navideño.


"Feliz Navidad..." Eso es lo que oí cuando abrí nuestra puerta trasera aquella mañana de Navidad.

Un muy joven David L. Eppele estaba deslumbrado por la luz navideña, el árbol y los regalos . Yo estaba justamente en las que probablemente serían las mejores navidades que un 7 añero posiblemente podría tener.

Sabes, había una caja completamente llena de Caramelos caseros de la Tía Ellen, dos cajas de Manzanas (esas que son buenas de Farmington), un cajón de naranjas con el sello oficial de la ciudad de Pasadena, y un saco de 50 libras de piñones para mascar mientras yo jugaba con mi TREN ELÉCTRICO nuevo.

Después estaban los Caramelos de Navidad. Yo estaba tan ocupado que no me di cuenta de que estaba zampándome dos barras de caramelo al mismo tiempo!

Esta fue la mañana de todas las mañanas! Era Navidad!

La cocina de leña estaba atareada emitiendo aromas que gritaban: "¡El pavo y la guarnición serán servidos a la hora!"

Ornamentos genuinos de cristal soplados a mano procedentes de Alemania , brillaban suavemente en las ramas del árbol de navidad, y el aroma de los piñones tostados junto con el pavo era una completa sinfonía para los sentidos de este joven hombre.

¿Por qué sería justamente esa misma mañana cuando aprendí el verdadero secreto de comer una caña de azúcar clavada dentro de un agujero perforado en una naranja? Te ponías hecho un desastre... Y, ¿quién dijo que no se pueden hacer pequeños túneles con papel de Navidad sobrante, un poco arrugados pero eternamente bonitos? ¡Oh! Tan solo mira la matrícula de la locomotora eléctrica cuando está atravesando el túnel.

Creo que fue mientras me encontraba a mitad de mi aprendizaje sobre cómo conseguir que mi tren "Lionel" cascara piñones sin descarrilar cuando pápi me pidió que abriese la puerta trasera. Yo estaba tan absorbido en la tarea de cascar nueces, que ni siquiera oí que hubieran llamado a nuestra puerta.

Al tiempo que corria hacia la puerta trasera, me apresuraba a abrocharme el cinturón de mi batín totalmente nuevo, justo como el de papá. Yo pensaba que iba bien con mis zapatillas nuevas. Lucía un par de pantalones vaqueros genuinos Levi´s y sería un descuido por mi parte si no te dijera que llevaba puestas 2 camisas nuevas y un par de guantes de piel. No estoy seguro si mi anorak para la nieve estaba recto o no, pero envolví mi cuello con una bufanda roja.

Abrí la puerta trasera de golpe , y, allí en frente de mí, estaba el Indio más viejo que yo creo haber visto. Su cara estaba arrugada y mojada. Sus manos casi moradas por el frío. El estaba a la pata coja, con un pie sobre otro, saltando sobre sus pies para librarse del frío.

"Feliz Navidad" dijo . Yo no podía responder a algo que no entendía. No tenía ni idea de lo que decía ese hombre ni de lo que quería.

"Feliz Navidad" dijo de nuevo, esta vez señalando un viejo y sucio saco de algodón que llevaba consigo... Yo seguía sin poder responder.

Me volví hacia la cocina donde mamá estaba haciendo esas cosas secretas para hacer las cenas de navidad tan fabulosas. la sorpresa reflejada en su cara cuando ella vió quién estaba en el umbral de la casa.

"Joe, será mejor que hables con ese hombre ...", dijo mamá.

Mi padre vino a la puerta trasera. Puso ambas manos sobre mis hombros mientras que, una vez más, oí al viejo decir "¡Feliz Navidad!"

Mi padre hablaba suficiente navajo para entenderse. Oí unas cuantas palabras que creía comprender, pero no las suficientes como para saber lo que estaba pasando. El y mi padre hablaron durante 1 minuto, más o menos, y, después, Papa se volvió hacia mí y me dijo:

"David , ve, entra en casa y coge una bolsa grande de la tienda . Quiero que la llenes con manzanas, naranjas y algunas libras de piñones. Vamos a ayudar a este anciano. Es de Gamerco. Ha andado las 7 millas hasta nuestra ciudad por la nieve para llevar algo de comer a su familia . Dice que toda su familia está enferma y nosotros debemos ayudarle".

"Feliz Navidad," dijo de nuevo el anciano a la vez que señalaba su viejo saco.

Creo que fue en ese momento cuando finalmente comprendí lo que estaba pasando. El Hombre viejo nos deseaba, de la única forma que sabía, una Feliz Navidad. Estaba pidiendo Comida y Ayuda para su familia.

Corrí de vuelta a la salita y empecé a llenar la bolsa de la tienda con manzanas y naranjas que mi madre me pasaba. Incluso metí un par de esas cañas de azúcar y después un par más. Puse Piñones en la bolsa casi hasta cubrir la fruta . Después puse unas cuantas naranjas más para acabar de llenar completamente la bolsa. Mientras volvía vi a mi padre dar al hombre viejo un billete de cinco dólares.

Le pasé al anciano nuestra bolsa de papel y esperé mirando como transvasaba todas las manzanas, naranjas y piñones a su bolsa de algodón . Se le cayó una naranja . Me agaché a por la naranja que rodaba al mismo tiempo que el hombre viejo lo hacía. Sus manos cubrieron las mías por unos instantes . Me miró a los ojos y esgrimió una gran y desdentada sonrisa. !Oh, como brillaban sus ojos oscuros!

Yo me quité de mi cuello mi bufanda roja totalmente nueva y se la enrollé en el suyo.

Ahora bien , no lo supe en aquel momento pero seguro que mi corazón sabía que acababa de aprender algo muy importante, una lección muy valiosa... una enseñanza que llevaría siempre conmigo para siempre .

Es mucho mucho mejor dar que recibir.

¡¡FELIZ NAVIDAD!!

David. L. Eppole

sábado, 12 de diciembre de 2009

El Árbol de las Risas.

Esta historia comienza así: hace muchos años existía un famoso pueblito, alejado de la ciudad, llamado Glabilú . En el medio de la única placita que tenía, había un árbol, con hojas grandes, chicas, medianas, verdes, rojas, amarillas, celestes y muchos colores más. No sólo era hermoso, sino que regalaba sonrisas a toda la gente.

Cada vez que alguien se sentía un poquito triste, se iba hasta la plaza, se acercaba al árbol y
automáticamente se empezaba a reír. Para los chicos, Risitas, que así lo llamaban a su árbol, era un amigo más. Esperaban ansiosos que llegara la tarde para poder ir a jugar junto a él. Se trepaban en sus ramas, le cantaban canciones, se divertían mucho.
Una noche, el Señor
Gogó, que era del pueblito vecino, fue hasta la placita. Miró para todos lado, se fijo que no hubiese nadie, y se acerco al árbol en puntitas de pie. Era un hombre muy malo y serio, y no le gustaba que sus vecinos siempre estuvieran alegres. Entonces, empezó a arrancarle las coloridas hojas a Risitas y a patearle su tronco ¡con mucha bronca!. El pobre árbol empezó a reír cada vez menos... hasta dejarlo de hacer por completo. Y cuando lo hizo, el Señor Gogó se fue satisfecho a su pueblo.

A la mañana siguiente el árbol amaneció enfermo, casi muerto. La gente se puso muy triste cuando lo vio, y la risa desapareció de sus caras. Entre ellos se miraban y se preguntaban: ¿qué le habrá pasado? ¿quién lo lastimó?. Se pusieron a juntar sus
hojitas, a cuidarlo, a regarlo, pero Risitas seguía igual. Hasta que un día, decidieron que la forma para curarlo era darle lo mismo que el siempre les dio a ellos: RISAS. Se juntaron todos, hicieron una ronda alrededor del árbol, se agarraron de las manos y empezaron a reír. Y rieron cada vez más fuerte, tan fuerte que hasta la tierra comenzó a vibrar. Risitas empezó a tomar vida, le volvieron a salir sus coloridas hojas y con ellas, su alegría. Empezó riéndose bajito, casi no se lo oía, pero terminó riéndose tan alto que hasta contagió al Sol. Comenzaron a crecer muchas y muchas flores a su alrededor y se formó un arco iris, el más bello que habían visto en toda su vida.

La risa empezó a contagiar a los pueblos vecinos y llegó hasta la casa del Señor
Gogó, y sin darse cuenta, de sus labios, comenzaron a salir risas.
Y colorín, colorete, a este cuento se lo llevó un cohete.

Mariana Ramos.
El Palomar, Buenos Aires